Arquitectura espiritual

Publicado el 23/09/2020

Hace mucho tiempo ya que poseo tres casas en tres zonas distintas de la Península Ibérica. Una en Madrid, otra en Cataluña y una tercera en Bilbao. Cada una de ellas responde no solo a circunstancias específicas de mi vida, sino sobre todo a formas características de entender mi propia personalidad. Si bien Madrid responde a la conquista de mi presunta persecución del éxito profesional, tanto Cataluña como el País Vasco se pueden entender como dos distintas formas de ejercitar mi negacionismo de lo razonable. Mi casa de Foixà en Girona significa mi deseo siempre presente de vivir aislado y conocer el mundo solo por los periódicos y desde Europa aunque sea la del sur. Y mi residencia de Bilbao es la forma que tengo de no romper con el continuismo histórico de mi nombre, Urrutia, de una forma que quiere decir que vengo de lejos y que no pienso renunciar a esa distancia presentándome como cercano.

Sí, nunca me siento «cercano» ni siquiera en la ciudad en donde nací y en donde he vivido la mayor parte de mi vida, al menos hasta ahora, y por eso, seguramente, hace unos días se me pasó por la cabeza tratar de adquirir otras dos residencias en Bilbao que compensen lo que significa mi cercanía a lo que significa ser del Centro, muy cerca de la Plaza Elíptica. Me apetecería poderme sentir como vecino de las Siete Calles y siempre cercano a la aparente inconsistencia vital del Unamuno nacido en la misma casa que mi abuelo. Pero tampoco me gustaría renunciar a lo que podríamos llamar el Ensanche relativamente más cercano a muchas gentes que no lejos de esa zona se aposentaron en Bilbao junto a muchos de los ricos relativamente nuevos.

No pocos lectores podrán pensar que, al fin y al cabo, esos tres espacios se siguen uno al otro mostrando la linealidad de un cierto desarrollo que parecería negar la variedad heterogénea en la que me reconozco y en la que espero crecer. ¿Cómo podría aspirar a conseguirlo? Mis tres residencias de las que he hablado no me parecen suficientes para sostener y agrandar esa heterogeneidad en la que quiero reconocerme. Por mucho que vaya recorriendo espacios de Madrid de los que tomo nota como lugares en los que podría reconocerme no creo que en su conjunto pudiera conseguirlo mejor que en la linealidad bilbaína. A mi edad siento que no tengo otra salida diferente a la que llamaría «arquitectura espiritual».

Y me atrevería a decir que es posible, aunque seguramente muy caro. Todo partiría de mi residencia madrileña, una casa individual de los años treinta y de cinco plantas siempre que pueda considerar como tal a la mas baja, aquella por la que yo accedería y de la que partiría el único camino a las otras cuatro. En esa planta estaría mi pequeña, diminuta, vivienda totalmente simple con cama, cocina y baño además del acceso a las otras plantas. Es este acceso lo que constituiría la aportación a la «arquitectura espiritual». Una escalera alta y sumamente empinada partiría de ahí y subiría a cada una de las otras cuatro plantas, a cada una de las cuales se accedería por medio de una puerta que daría acceso a su vez a un pasillo semicircular desde el que se accedería a los misterios de cada planta.

En futuros posts trataré de continuar con la descripción de las otras plantas, cada una dedicada a una de las obsesiones constitutivas de mi personalidad y con un dormitorio diminuto y adecuado fácilmente accesible.