No he perdido del todo mi juventud de forma que me gusta dormir hacia el este y despertarme con la luz del sol que ilumina mi día. Pero empiezo a sentir un sí es no es de senectud que va cambiando mi gusto más bien hacia la caída del sol que poco a poco me va sumiendo en las tinieblas del sueño. No falta mucho para que mi ser intente decidirse por una edad u otra y creo que, llegado el momento, ese ser mío acabará decidiéndose por la senectud y el occidente. Pero mientras llega ese momento puedo concederme un capricho.
Quizá eso que llamo capricho es ya como una necesidad pues cada día siento la conveniencia de no ceder a la exigencia de la edad. Pero no parece fácil decidirse y, en consecuencia pienso en una locura que quizá me puedo permitir. Mis paseos diarios, con los que combato mi vértigo, me permiten otro tipo de manía consistente en tomar un taxi cada día y pedir al taxista que me lleve hacia una parte alta de Madrid, al este o al oeste del paseo de la Castellana, y que configure una u otra de las laderas del valle por el que, sin duda alguna, en su día fluyó un río alternativo al Manzanares. Tanto al oeste como al este siempre doy con una zona alta en la que además se han construido viviendas más altas aún que miran tanto al este como al oeste. Parecería pues que hay que decidirse a fin de elegir bien donde invertir el dinero resultante de la venta de mi residencia actual.
Sé lo que quiero, pero no estoy seguro de hallarlo. Necesito dos pisos, uno encima de otro, en los altos de la más alta de las construcciones de una u otra de las laderas de la Castellana. Ambos pisos, al menos el más elevado, han de tener vistas a el Atlántico o al Mediterráneo, por explicarme de alguna forma. En el piso anteúltimo solo necesito sitio para cocinar, comer, adecentarme y colocar mis muy numerosos libros acumulados durante unos sesenta años. Pero lo interesante habrá de ser localizado en el último piso.
No se si será fácil de realizar mi sueño, pero es fácil de describir. Con todos los muros derribados solo es necesario poner en el punto más céntrico del local una potente máquina sobre la que habrá que colocar una placa redonda con el radio mayor que permita la forma del suelo. Esa máquina permitirá hacer girar la placa sobre si misma 360 grados. Este giro permitirá que cualquier punto de la placa vuelva a estar en un mismo lugar tan a menudo como permita la velocidad del giro, velocidad esta que no será difícil de ajustar. Sobre esa placa se colocarán las sábanas y mantas de una cama, una combinación que variará con la época del año y la correspondiente temperatura.
No hace falta ser muy imaginativo o técnico para fijar cada noche al acostarme la hora a la que deseo que mi lecho enfrente el oeste o el este según sea el horario del futuro inmediato. Así garantizo que siempre despertaré al futuro y siempre cerraré los ojos mientras reflexiono sobre el pasado más inmediato.