Publicado el 13 de abril de 2014
(Viene de aquí.) Hizo Machalen como una especie de parada en su discurso como para tomar aire, pero yo sabía que esperaba mi respuesta o, al menos, alguna reacción; pero como yo no decía nada, pues nada me sugerían sus recuerdos infantiles más allá de la sorpresa que me producía la historia de una niña que no decía nada de sus padres, ella continuó: > "Y allí estaba yo, en medio de esos hombres mayores, de espaldas a la mesa alargada, con las piernas colgando, los zapatos de domingo adquiridos con crecederas bamboleándose en el aire, y con unos calcetines blancos que me espantaban y procuraba ocultar bien debajo del mantel. Toda oídos a una conversación que entonces me era difícil de entender y que año tras año, domingo tras domingo, se centraba en que «nosotros» no teníamos apenas una última oportunidad y que ellos, es decir «vosotros», habían ya copado todo, que no podíamos sino resignarnos a hacer lo poco que sabíamos: vender caramelos, coger puntos a las medias, fabricar muebles de artesanía sin marca alguna, recibir a hombres jóvenes con ganas de jarana y atenderlos con amabilidad, limpieza e higiene". Me miró como esperando un comentario a este punto último, como para asegurarse de que lo había entendido, y como retándome a que allí mismo cortara la conversación y me diera la vuelta hacia mi territorio.