Me lo preguntan por teléfono algunos amigos y he recibido varios e-mails al respecto. No comenté nada ayer por un asunto previo.
Notarían supongo que no había mujeres en mi narración de los acontecimientos de la noche de plenilunio. No las había imagino porque sería añadir otra aparente irregularidad natural al accidente geodésico reseñado. En mi ensoñación las mujeres exponían a la cálida brisa de la noche unos torsos desnudos que, de garganta a cintura eran no los suyos sino esos de madera que exhiben los escaparates en épocas de cambio de temporada.
No me extarañó entonces que Marlene no estuviera presente en la peregrinación que ensoñé pues jamás admitiría esta mutilación virtual y ella conoce mis ensoñaciones.
¿Que por qué las conoce? Pues porque Marlene no es Marlene la domadora de pierna infinita, la diosa egipcia o la falsa vigilante playera, sino la delegada de mi banco habitual para arreglar el asunto Skoda que tantos dolores de cabeza me ha dado desde que, pronto hará un año, les expliqué mis dudas sobre cómo utilizar mi fortunón sobrevenido.
Marlene es, en el mundo real, la encargada de gestionar el trust al que me refería en aquella ocasión. Su principal misión es ponerme a prueba casi continuamente. Ella debía asegurarse de que mi cabeza seguía en su sitio.
Le pagan los administradores del trust con los fondos del mismo que, como comprenderán, siguen disminuídos a causa de estos efectos retrasados de la crisis, pero que todavía sobran para abrir casa en Madison con la 85, lugar éste desde el que se irán urdiendo los planes de la venganza que pondrá un fin realmente humano, el único posible, a mi existencia.