¿Es la vulnerabilidad un problema?

Publicado el 11/10/2021

Es bien cierto que para ir construyendo mi obra póstuma habré de aislarme en uno u otro de los semisótanos seleccionados; pero también es cierto que no todos los lugares son igual de aceptables para mí en cuanto a mis sentimientos de serenidad y de tranquilidad. Descubro que no soy inmune al miedo y lo hago poco a poco a medida de que me voy sintiendo delicado tanto como enfermo de Paget y sus derivados como con los síntomas del vértigo. Por la combinación de ambos he de pasear todos los días varios kilómetros apoyado en mi cachaba. Y este caminar me enseña cosas siempre nuevas.

Es volviendo de mis paseos al anochecer cuando me siento más vulnerable, físicamente sobretodo, y especialmente cuando me muevo por lugares nuevos para mí en estos días del inicio del otoño. Ya se hace oscuro relativamente pronto y sospecho que todo el mundo me quiere atacar o, todavía más extraño, siento que me desplomo en un lugar muy poco poblado, aunque entre viviendas aparentemente de calidad, y que no puedo moverme ni levantarme para llamar por teléfono o simplemente para seguir caminando.Y esta paralización imprevista me hace sentirme vulnerable, peligrosamente vulnerable.

En estos últimos días solo me siento bien cuando por la noche, ya de vuelta en casa y después de haber tomado mis medicinas, subo a nuestra habitación y me encuentro protegido, calentito y seguro pues puedo cerrar la puerta con cerrojo, deslizarme sobre una suave y gran alfombra y sin amenazas inmediatas pues el único futuro próximo es un sueño profundo en el que me hunde la pastilla correspondiente y el dulce chupar un caramelo de limón.

¿Como combinar la sobriedad de los semisótanos y el lujo de mi «mansión»? O, lo que es lo mismo, en que proporción me he de abastecer de riesgo y de seguridad? Caigo de repente en la cuenta que ya desde jovencito he aprendido a lidiar con impulsos contradictorios. Cuando recién comenzado el colegio se me encargó vigilar a mis compañeritos, en ausencia del correspondiente curita, me las apañaba para denunciar a alguien por incumplimiento leve al tiempo que ocultaba sistemáticamente la ruptura de las normas por parte de los alumnos más rupturistas. Un arreglito no muy inocente pues siempre había alguien que sufría por mi actitud.

Me temo que en mi vida ese tipo de situaciones se me han presentado a menudo y que no siempre he sido limpio o justo en mi forma de enfrentarme a ellas. En estos años finales he decidido crear mi obra póstuma y me gustaría que en ella pudiera yo llegar a un balance rico y sensato entre mi ceder ante el sentido de la vulnerabilidad derivado del miedo a la muerte y mi aspiración a la genialidad que me exigirá la toma de riesgos no imaginados. He ahí un problema real que habré de solucionar con cierta rapidez. Y sin dejarme llevar por mi habilidad para encontrar soluciones poco drásticas. No será fácil.